Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del    momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en    el sueño "americano". 
Sueño que    un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su    credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los    hombres son creados iguales". 
   Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los    antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se    puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. 
   Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca    con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un    oasis de libertad y justicia. 
   Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán    juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su    personalidad. 
¡Hoy tengo un    sueño! 
Sueño que un día, el    estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre    las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los    niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas    blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas. 
   ¡Hoy tengo un sueño!
   Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada    caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada    del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y    cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las    palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin!    Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"
   Washington, DC
28 de agosto de 1963
Martin Luther King