viernes, 28 de marzo de 2008

1984

"E o máis terrible non era que te matasen por pensar de outro modo, senon que eles puideran ter razón. Porque, en último termo, como sabemos que dous e dous son catro, que a forza da gravidade funciona ou que o pasado é inalterable? Se tanto o pasado como o mundo externo existen só na mente, e a mente é controlable, que pasa se iso é asi?"

1984, George Orwell

jueves, 27 de marzo de 2008

Las ciudades y el deseo


De dos maneras se llega a Despina: en barco o en camello. La ciudad es diferente para el que viene por tierra y para el que viene del mar.

El camellero que ve despuntar en el horizonte del altiplano los pináculos de los rascacielos, las antenas radar, agitarse las mangas de ventilación blancas y rojas, echar humo las chimeneas, piensa en una embarcación, sabe que es una ciudad pero la piensa como una nave que lo sacará del desierto, un velero a punto de zarpar, con el viento que hincha ya sus velas todavía sin desatar, o un vapor con su caldera vibrando en la carena de hierro, y pinesa en todos los puertos, en las mercancías de ultramar que las grúas descargan en los muelles, en las hosterías donde tripulaciones de distinta bandera se rompen la cabeza a botellazos, en las ventanas ilumindas de la planta baja, cada una con una mujer peinándose.

En la neblina de la costa el marinero distingue la forma de la giba de un camello, de una silla de montar bordada de flecos brillantes entre dos gibas manchadas que avanzan contoneándose, sabe que es una ciudad pero la piensa como un camelllo de cuyas albardas cuelgan odren y alforjas de frutas confitadas, vina de dátiles, hojas de tabaco, y ya se ve a la cabeza de una larga caravana que lo saca del desierto del mar, hacia el oasis de agua dulce a la sombra dentada de las palmeras, hacia palacios de espesos muros encalados, de patios embaldosados sobre los cuales danzan descalzas las bailarinas y mueven los brazos, ya dentro, ya fuera del velo.

Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone: y así ven el camellero y el marinero a Despina, ciudad fronteriza entre dos desiertos.


Las ciudades invisibles, Italo Calvino